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DESTELLOS de vida

Soledad

Tiempo de soledad

 

Estaban por primera vez  los tres  solos celebrando la Nochevieja en su casa. Intentaban cenar como si fuese otro día cualquiera, de rutina, pero ni las viandas ni los ánimos lograban engañar los pensamientos de la madre. – Mamá come algo más. Estás todo el rato moviéndote y no comes nada. – Tranquilo hijo, estoy cenando. Aunque en su fuero interno pensaba –Cómo quieres que cene normal hijo, como si no pasara nada. Precisamente en una noche como hoy. –Está bien el programa, ¿verdad?.- -Sí. -Todos los años vemos lo que quieren los demás, pero este año vamos a ver lo que nosotros queramos. Diálogos difíciles, vacíos,  que intentaban enmascarar una circunstancia  atípica en sus vidas. Esa noche (cosa que nunca había ocurrido en todos los años anteriores ) no debían estar cenando solos y allí, en su casa. Empezaba siendo una noche difícil de digerir en todos los sentidos.

 Hacía solo cinco días que habían vuelto de celebrar la Nochebuena con el resto de su familia. Y especialmente para Soledad, en aquella celebración se resumía  todas las vacaciones de Navidad. Eran “sus fiestas especiales”· Todas los demás días festivos del invierno  casi le sobraban. Pero ese año  su regreso no había sido como los  de  otros años, porque Soledad  dudó entre acompañar a su esposo  e hijo de regreso a su ciudad, o quedarse para acompañar a sus padres (ese año parecían ya más mayores) en el pueblo. El abuelo llevaba un tiempo con problemas, y parecía más cansado y delicado que de costumbre. Pronto voy a tener que volver- pensaba- .   Papá se está haciendo  mayor, y creo que pronto necesitarán mi compañía y  mi ayuda . El hombre además aquellos días se quejaba de que algo tenía en su cabeza, -algo no anda bien- decía. – ¿Le duele algo a usted?. – No, dolerme no, pero no estoy del todo bien tampoco, respondía.  A pesar de aquellas palabras,  se comportaba normalmente, casi como siempre.  Conociéndole, quizá  le daba fuerzas  la alegría que  sentía  al tener reunidos allí , durante algún tiempo,  a todos sus hijos y , nada hacía presagiar que algo tan grave iba a sucederle, al menos  algo tan inminente. Al menos ella nunca lo sospechó ni remotamente. Así que había optado por volverse con los suyos en respuesta quizá  a su egoísmo de comodidad, y en segundo lugar a ese mal entendido " deber de madre".

Cualquier año anterior no hubiese dudado ni por un instante su regreso, como siempre, para celebrar el fin de año con su familia política , como tácitamente había venido ocurriendo desde 24 años atrás, en honor a un viejo pacto no escrito entre ellos. Nochebuena con la familia de  ella, Nochevieja con la de él. Pero aquel año tras los malentendidos ocurridos entre ellos y el resto de la familia, la Nochevieja devenía en suspense. ¿Acudirían al final a cenar con su familia política, o lo harían solos por primera vez desde que ella llegara a la ciudad tras fundar su propio hogar?.

Como ya sabeis llegado el momento habían decidido no acudir a ningún sitio y celebrarlo por primera vez  solos, en su casa. Y nada era igual. Ni mejor , ni peor, simplemente diferente, muy diferente. Habían telefoneado a los familiares de la madre antes de los preparativos para la cena  y  ella sentía un nudo en el estómago raro. Lo achacó a la pena que sentía por la distancia. Quizá esa morriña de la tierra y la familia por las fechas en que estaban . Pero sobre todo se sentía incómoda por la voz apagada y afónica, que le había llegado desde el otro lado del hilo telefónico. -¿Pasa algo? Había preguntado. – No, la afonía que algunos días le entra, pero está bien- le comentaban la abuela y hermana.

-¿Ya habeis empezado con la cena?

-Ahora lo vamos a hacer. No quieren salir de casa ni  papá ni  mamá, donde el hermano,  por ser de noche. Y además hace frío. Pero luego viene el hermano aquí, a tomar las uvas juntos.

-Ah, muy bien. Mejor así. Estareis todos juntos entonces.

-Sí, sí, claro. Que lo pasemos bien.

-Vale. Hasta luego.

La noche había ido transcurriendo en una monótona rutina y  tras tomar las uvas decidieron telefonear a los abuelos de nuevo  para felicitarles el recién estrenado año. Ese año que empezaba sin saberlo maldito.  Media hora más tarde recibían la inesperada y descorazonadora noticia : el abuelo había fallecido.

Fue el momento de inflexión que desencadenó su revolución personal. Soledad  empezó a cuestionarse su existencia, su vida sin sentido tan lejos de sus raíces y tan diferente a lo que un día había planeado. Ella siempre había sido la hija, la segunda generación, la rama de aquel viejo tronco que constituía el  matrimonio de sus padres.  Hasta entonces todo había sido rutina. El matrimonio, la llegada de sus hijos, el paso de los años. Todos habían ido logrando sus objetivos y ella no tenía objetivos propios, siempre se acomodaba a los sueños y rutinas de los demás. Y en esos momentos se había abierto un doble dilema en su vida :  ¿había sido superior su deber de madre y esposa, quizá el deber de hija amantísima respecto de  sus padres?.

Se dormía pensando que ella también había tenido un día sueños propios, había salido del pueblo para estudiar una carrera, lo había logrado. Había  obtenido un trabajo fijo de funcionaria en una administración local, había estado independizada y trabajando durante unos años, pero todo aquello ahora quedaba muy lejos. Tras casarse todo cambió, incluido su lugar de  residencia. Nunca sopesó la posibilidad de su regreso, y nunca le martirizó el abandono de sus sueños. ¿Nunca?  . Ahora simplemente era una Madre viviendo los triunfos de unos hijos y una familia. Pero esa familia primera acababa de romperse. Ahora ella era otro tipo de hija. Ahora era otra esposa y otra madre. Ahora era una mujer adulta, pero con  un alma vacía.

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